La crisis de los misiles se fraguó en el fracaso de Bahía de Cochinos y estalló cuando el 14 de octubre de 1962 un avión espía U-2 descubrió que los soviéticos construían en Cuba varias zonas de lanzamiento de unos 40 misiles soviéticos de medio y largo alcance. En 1962, EEUU tenía unos 2.000 misiles capaces de alcanzar el territorio soviético y Moscú contaba con cerca de 340.
Las opciones que presentó McNamara a Kennedy incluían la negociación con el Kremlin, un bloqueo naval contra la isla o atacar, como sugería el Pentágono. «Habrá que estar muy atento a que los generales no monten un ataque a nuestras espaldas», llegó a decir Kennedy a un asesor.
Fue un pulso con Nikita Jruschov, el líder de la URSS, que le valió a Kennedy la imagen de estadista inmerso en una partida de ajedrez en la que el jaque mate suponía la III Guerra Mundial.
El 22 de octubre, Kennedy anunciaba su decisión de dar un ultimátum a Moscú y mandar sus barcos a bloquear Cuba e impedir la llegada de armamento. Cinco días después, el presidente recibió la noticia de que un avión U-2 había sido derribado sobre Cuba y los generales de la Junta del Alto Estado Mayor respondieron con un plan de ataque contra la isla en 36 horas si los soviéticos no aceptaban retirar los misiles.
El 29 de octubre, Jruschov capituló y Kennedy aceptó la demanda soviética de no intentar derrocar por la fuerza al Gobierno de Castro. Los hombres de Bahía de Cochinos habían perdido una segunda invasión.
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